Desde que se inició la actual crisis económica, los precios de los alimentos no han dejado de incrementarse, sumiendo en la pobreza creciente a las tres cuartas partes de personas en el mundo, que dedican el 80% de su renta a alimentación, y llevando al hambre crónica a más de 100 millones.
Así, el índice de precios de los alimentos se incrementó un 29% en el último año (World Bank: Food Price Wacht, 2011). Como señala el propio Banco Mundial, entre los cereales, el precio internacional del trigo registró la mayor alza y previsiblemente se mantendrá al alza en los siguientes. Los factores que lo explican son la incertidumbre sobre el volumen y la calidad de las exportaciones provenientes de Australia como consecuencia de los efectos del exceso de lluvia y de las inundaciones, la preocupación por la cosecha invernal de China, la posibilidad de que los grandes importadores de trigo -particularmente en Oriente Medio y norte de África- quieran garantizar a la población un abastecimiento seguro de alimentos en circunstancias políticas tan inciertas como las actuales o la nada anecdótica reducción de la producción nacional de trigo por parte de países como Arabia Saudí con el objetivo de conservar sus escasos y valiosos recursos hídricos.
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